Las ruinas de lo que en su día fue una gran ciudad, ahora moraban bajo nuestros pies.
De lo que en su día fueron imponentes torres, ahora descansaban sus esqueletos de hierro, vacíos de las almas que una vez los habitaron.
Frágiles canciones de hierro, cantadas junto al helado viento sobre sus desnudos cuerpos.
Susurrando lo que fueron en antaño.
Los cristales aun cantan desde sus fachadas con cada brisa de aire.
Aire impune al tiempo del cual queda un breve susurro del vestigio de lo que fue en su día.
Frio, constante, y distante.
Permanece inmutable al tiempo pasajero.
Cantautor de los cimientos que pisamos, servidor que nos acompaña en nuestra marcha diaria.
Hacedor del camino de cenizas, vigas, cristales, y muertos.
Canal de sabiduría que nos conduce al presente, pasado y futuro.
De lo que fuimos, somos y seremos.
Un cuerpo para servir.
Un alma que proteger.
Un sentimiento que agradecer al regresar y ver que aun vivirán los recuerdos de esa que fue una gran ciudad.
Crónicas del diario del Lt. Segismundo
Muy apocalíptico. Me gusta. Se sabe de que ciudad hablan?
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